Thursday, September 21, 2006

Maestro Al Williamson


Dotado de una facultad natural para el dibujo, poseedor de un fino, intuitivo trazo, de una delicadeza elegante no reñida con el dinamismo más acentuado, conocedor y estudioso incesante de las inagotables posibilidades del dibujo de la figura humana, Al Williamson se revela, al volver la vista atrás, como uno de los renovadores de un sendero que, partiendo de las bases de la más pura ilustración, fue capaz de trascender a esferas más narrativas como las del ahora llamado arte secuencial.




Artistas como el ilustrador periodístico Joseph Clement Coll con sus ilustraciones para “The lost World”, Daniel Vierge y sus maravillosos dibujos en “Pablo de Segovia”, además de otros artistas como Edwin Austin Abbey o Franklin Booth, han servido a Williamson como guías en una manera de entender la utilización de la pluma y el pincel, la mancha y el blanco. Una manera que entronca directamente con autores de cómics que se dejaron seducir por tales formas a la hora de encarar la plancha de cómic.



Con Foster, quizá, como paradigma más celebrado de esta vía historietística, podemos encontrar en Williamson a un artista que se reconoce en esos moldes de la “época dorada de la ilustración”, pero que, a la vez, sabe hacer de ellos una plataforma sobre la que asentar una nueva, e igualmente preciosista, manera de contar historias con viñetas.




Si, tras sus primeras armas en el medio, en los años cuarenta, y tras su etapa en la E.C., la visión gráfica de Williamson tiene una referencia clara en el estilo del, por otro lado, muy imitado Raymond, debemos entender esto tan sólo como una manera de crecer como dibujante, de adquirir amplitud (13 años de Phil Corrigan ayudan a ello), de forjar una voz propia.Su Flash Gordon posee también, a pesar de las obvias similitudes con el de su creador, una personalidad gráfica propia, de muchos quilates, amparada ya en un dominio artístico envidiable.





Y, en el fondo de todo su buen hacer, de esas acabadas, virtuosistas viñetas que conforman su larga obra, está la obsesión por la figura, la pose, la actitud corporal, el naturalismo en la representación de lo animal, de lo orgánico, de aquello esencialmente humano.




Es conocido que Williamson, al igual que otros muchos autores que protagonizaron, sobre todo, las llamadas tiras diarias de aspecto realista, trabajaba basándose a menudo en modelos fotográficos. El propio Williamson se fotografiaba en ocasiones (era bien parecido y delgado) vestido adecuadamente, en diversas y elocuentes poses, que luego su mano tan bien sabía diseccionar y llevar al papel.





Así, gracias a este minucioso análisis, nos encontramos con cuerpos bien proporcionados, figuras bien plantadas en el suelo, con peso definido, el centro de gravedad balanceado con rigor, con hombros y caderas rasgando la horizontal de manera creíble, las piernas aportando su fuerza para hacer al resto gravitar a uno u otro lado, en actitudes verosímles, sinuosas, lejos de rigideces y estatismos en los que otros, a veces supuestamente grandes artistas, han caído y caen con reiterada facilidad.


Una buena muestra de estas facultades, de estas virtudes de Williamson, las tenemos en esta pequeña selección de sketches.
Hay aquí bocetos previos, lápices a medio entintar, apuntes rápidos, levísimos algunos, estudios de volúmenes, sabias valoraciones de mancha, variados y complejos escorzos...pero hermosos todos ellos, que evidencian a un artista intuitivo, hábil y brillante como pocos.

Un artista para disfrutar. Para disfrutar aprendiendo, quiero pensar.

Maestro Al Williamson.


Gantry

Friday, September 15, 2006

Badía camps, ilustrador (1)



Hacia los últimos años de la década de los setenta, llegó hasta nuestras librerías una nueva saga de libros, una colección destinada al público juvenil, que combinaba con acierto géneros tan atractivos como los de aventuras y misterio, a través de tramas en las que había que poner en juego las mejores dotes detectivescas junto con el suficiente aplomo para afrontar situaciones peligrosas, no demasiado habituales ni deseables en las vidas de cualquier adolescente al uso.
Era la Editorial Molino quien se lanzaba a la publicación de esta colección traduciendo los textos que Random House venía publicando desde 1964.
Los protagonistas de esta serie eran tres jóvenes inteligentes, arrojados, intrépidos, inconscientes a veces, pero casi siempre bien dispuestos a poner sus cualidades al servicio de cualquier misterio que mereciera ser desentrañado.
Sus nombres eran Júpiter Jones, Pete Crenshaw y Bob Andrews, y sus aventuras contaban con el inestimable beneplácito de, nada menos, que Don Alfred Hitccock, el cual nos contemplaba, el rostro abultado y la mirada cómplice, desde todas las portadas de la colección.

Hablamos, claro, de Los Tres Investigadores.


Yo no sé qué alcance tuvo la colección entre los chicos de mi generación. En mi entorno conocido, eso sí, no recuerdo a ninguno de mis amigos de entonces que no haya leído, al menos, algún volumen de esta gozosa saga, que nos proporcionaba luego gratas, largas y enriquecedoras charlas.
Robert Arthur firmó un buen número de los magníficos textos de esta colección, de los cuales recientemente he releído algunos, renovando agradables sensaciones de antaño.
Bien puedo decir, con verdadera nostalgia, que fue con ellos, con esos tres chicos admirables, con quienes, en buena medida, me enamoré del hábito de leer día tras día, algo que no he dejado de practicar y disfrutar desde entonces.


Pero no son los libros en sí lo que aquí nos ocupa, o mejor dicho, lo es sólo una parte de ellos, la que forman sus portadas. Portadas éstas realizadas por un artista conocedor de la técnica y el medio, con enorme solidez de base y no menos gusto a la hora de plasmar sus ideas. Badía Camps desarrolla en esta colección de cubiertas un catálogo de magníficos ejemplos de lo que es (era) un estilo de ilustración, pictórico, con clase, elegante y estilizado por añadidura, pero también fresco, leve y desenvuelto, como corresponde a la franja de edad a la que los libros iban dirigidos.
Badía es de esos artistas que, con cuatro elementos, acompaña a los personajes y crea un ambiente. Concentra y detalla lo necesario donde es de rigor y, con inteligencia y buen ojo, abandona otras zonas del cuadro a un acabado más vigoroso y rápido, harto expresivo, creando en conjunto hábiles composiciones donde el ojo es sabiamente conducido a lo que verdaderamente importa.Su representación de la figura humana, en este caso la de los tres jóvenes aventureros, es, cuando menos, modélica. Las poses, las expresiones, las actitudes corporales de los personajes dan una idea bien definida, a veces brillante, de la situación, del estado de ánimo por los que pasan.
Todo en el trabajo de Badía denota conocimiento y profesionalidad por los cuatro costados, y en esta colección de portadas, donde yo tuve por primera vez contacto con su obra, lo pone bien de manifiesto, y al alcance de todos.

Hoy, además de su trabajo en Los Tres Investigadores, os muestro ejemplos de su arte en otras colecciones de libros.

Desde aquí, rendimos pues con gran placer, un cariñoso homenaje a Badía Camps.
Y le damos las gracias.

Gantry

Badía Camps, ilustrador (2)



BADÍA CAMPS, ilustrador






Wednesday, September 13, 2006

"Bouncer", de Francois Boucq









Cuando, desde hace ya bastantes años, me he ido topando con algún cómic de Francois Boucq entre las manos, lo he abierto siempre con enorme interés. Con ansiedad, diría.
Allí estaba ese trazo suelto, elegante incluso, envidiablemente fresco, las figuras tan carnales, mórbidas tal vez, tan magníficamente construídas, los rostros mostrados desde los más variados puntos de vista, la figura humana, en fin, tan ejemplarmente representada.
Sin embargo, por una u otra razón, siempre acababa con la sensación de que este magnífico dibujante no llegaba a redondear su potencial. Todas esas cualidades tan bien apuntadas en tantos trabajos no terminaban, entendía yo, de estallar en una obra definitiva, irrebatible. A veces, el color, más que ayudarle, me parecía que funcionaba como un lastre; otras, la indecisión (o la falta de voluntad) a la hora de manchar con negros hacía que algo faltara, sentía yo, en todas aquellas viñetas...

Nada de esto ocurre en la obra que nos ocupa.
Bouncer es, me aventuro a afirmarlo, la obra magna de Boucq hasta el momento. La pieza donde ha alcanzado el magisterio más absoluto, aquél que le hace auparse al lado de otros grandes maestros del pasado, sin nada que envidiar. Más bien al contrario.

¿Qué hay, pues, en Bouncer, que no hayamos visto en otras obras anteriores de este artista?
Dos son, a mi modo de ver, los factores determinantes, que tienen que ver con los peros que antes exponía.
En primer lugar, en Bouncer, Boucq se lanza abiertamente a manchar. A crear espacios de negrura. Allí donde antes “sólo” existía su maravilloso trazo, leve, sinuoso, elegante, a veces de vigorosos rayados, ahora encontramos un acabado enriquecido por la inteligente manera de valorar las sombras, creando volúmenes importantes que realzan aún más las cualidades de su maravilloso dibujo. Un enorme acierto. Definitivo, pienso.

Como segundo factor, yo apuntaría al uso del color. Si bien pudiera ser considerado secundario ante un dibujo tan perfectamente válido por si mismo como el de este cómic, su cuidada utilización, en este caso, no hace sino sumar fuerzas para que el resultado sea del todo soberbio. Unas gamas bien armonizadas (con, quizás, algún titubeo en el primer album), de tonos suaves, ayudando a veces a crear texturas arenosas o de roca, exaltadamente luminosas en las imágenes diurnas, y sugerentes en las escenas nocturnas, creando ambientes reales y, a la vez, de gran lirismo...

Se podría añadir, como tercer factor, una obviedad, que no lo es tanto si consideramos la carrera de otros autores, a saber: que Boucq dibuja cada vez mejor.
Cosa no muy sencilla de lograr, dado que era ya un artista de enorme tamaño.

Pero es que uno, la verdad, no puede sino quitarse el sombrero ante el despliegue de tanto talento como Boucq ha vertido en esta saga: paisajes naturales sobrecogedores, enérgicos grupos de jinetes al galope, duelos y tiroteos vibrantes, hermosos y complejos ambientes y escenarios, rostros extraordinariamente expresivos, tridimensionales, un dibujo anatómico sinuoso, hiperdinámico, con poses y gestos vivos, diseños modélicos, fabulosos...todo ello mostrado a través de un sensacional sentido de lo narrativo, y enmarcado con un virtuosismo en el encuadre ( ¡qué manera de componer!) que nos remite a la pantalla panorámica del más espectacular cine que podamos recordar.

No hay más que ver las muestras, pocas viñetas, que me atrevo a poneros ahí arriba.

Un cómic de calidad superlativa.
Más de uno tomará nota, si acaso pensaba que en el cómic de género Western se había dicho todo.

Pues ahí está Boucq, a la cabeza.

Hermosa la edición de Norma. Gran tamaño y, en apariencia, magnífica reproducción.
Para honrar cualquier estantería.
Esperamos el siguiente tomo con la cara adherida al cristal de la tienda de cómics.
No es para menos.
Cómprenlo y disfruten.

Gantry